Nunca me ha gustado comenzar una
historia por un simple erase una vez, o el típico en un país muy lejano. Dejaré
que tu intentes imaginar el principio adecuado de esta historia que he creado
para ti, espero que te guste tu regalo de cumpleaños, sé que es un poco tarde
para dártelo, pero más vale tarde que nunca. Te quiero preciosa, espero que
disfrutes de esta historia. Nos adentraremos con ella en un ya derruido
castillo, pero que por aquel entonces era un gran y precioso ejemplar de
fortaleza.
Nuestra pequeña historia, porque si algo podemos decir
de ella es que es nuestra, comienza tiempo atrás, antes incluso de la
existencia de la propia luna, en un reino ahora ya olvidado. Junto a una
hoguera, el príncipe escuchaba las historias narradas por los habitantes del
castillo. Era un príncipe muy querido en su reino, honrado, preocupado por su
pueblo y siempre dispuesto a ayudar. No le costaba nunca trabajar y echar una
mano en las labores del campo u otras tareas no propias de un príncipe o de cualquier
miembro de la nobleza, pero a pesar de sus muchas cualidades, nuestro pequeño
príncipe tenía un problema. Se acercaba la edad en la que debería desposarse
con una princesa y aunque había conocido a varias candidatas, nada había
acabado bien. Nuestro protagonista soñaba con poder alcanzar algún día el
verdadero amor, y precisamente por eso era tan difícil encontrarle una esposa
adecuada, pues nunca había llegado a sentir nada por ninguna de sus
pretendientes. En un intento de solucionar el problema, el padre organizó un
gran banquete al que acudirían familias reales de todo el mundo, con la
intención de que en esa fiesta el príncipe llegara a conocer a una pretendiente
de su agrado. Cuando por fin llegó el día indicado el palacio y el pueblo
entero se lleno de visitantes para asistir a la mayor feria que se había
organizando en aquel reino en muchos años, pero no todo ocurrió como nuestro
buen rey esperaba. A tal acontecimiento había acudido hasta la última dama
noble del lugar, y entre ellas, una invitada inesperada, una bruja, pero no una
bruja como las que todos recordamos de los cuentos infantiles, sino una joven y
preciosa bruja, que llegaba totalmente dispuesta a conquistar al príncipe con
sus encantos para así poder convertirse en su reina.
En el gran banquete, y el baile de
después el príncipe conoció y bailó con todas sus pretendientes, y te aseguro
que no fueron precisamente pocas. Entre ellas se encontraba la bruja, que si
tenemos que decir la verdad, fue la que más gustó a nuestro heredero. Según lo
previsto, el príncipe pasaría la noche a solas en sus aposentos y decidirá a la
mañana siguiente si elegía a una de esas pretendientes para desposarse con
ellas. Durante la noche, la bella bruja se coló en los aposentos del príncipe,
donde pasaron una agradable velada que acabó con el primer beso de nuestro real
protagonista. Tras este contacto, y creyendo ya la bruja que sería ella la
elegida, abandonó los aposentos y dejó al príncipe descansando. En el momento
en el que nuestro príncipe se durmió, pensaba elegir a la joven hechicera como
su esposa y reina, pero el caprichoso destino quiso que a la mañana siguiente,
después de un extraño sueño en el que el príncipe llegó a ver a su verdadero
amor, decidió este otra vez no escoger ninguna pretendiente y quedarse un
tiempo más solo, lo cual desembocaría estas vez en extrañas consecuencias.
Cuando a la mañana siguiente el
príncipe anunció su inesperada decisión y todas sus pretendientes fueron
llevadas de vuelta a sus hogares como compensación por haber participado la
bruja no cabía en sí del asombro, no entendía que podía haber hecho mal. No, no
había hecho nada mal, había sido ese príncipe, que no sabía apreciar a una
buena esposa, así que cuando volvió a su guarida de bruja decidió vengarse de
él con un pequeño hechizo. Nuestra pequeña hechicera rebuscó entre sus libros
de magia un conjuro propio para castigar al príncipe por lo que ella creyó una
gran deshonra. El que más le llamó la atención entre ellos fue uno que
convertiría al príncipe en un hermoso animal. Aquella misma noche, mientras
nuestro noble disfrutaba de un profundo sueño, la hechicera comenzó a
pronunciar y preparar el hechizó, por lo que él, que continuó durmiendo, se
transformo en un hermoso lobo blanco.
Al encontrar a la mañana siguiente
a un lobo en la habitación del príncipe, lo expulsaron de palacio, y durante
los siguientes meses buscaron por todo lugar posible del pequeño reino al
verdadero soberano, al cual, obviamente, nunca encontraron. Los reyes, quienes
cayeron en una depresión tras la desaparición de su hijo, abandonaron el reino
con la intención de nunca volver a él. Pasaron largos años, tantos que no se
pueden recordar, y el príncipe seguía sin envejecer en esta forma animal, pues
era otro de los contratiempos del hechizo, al cabo del suficiente tiempo, el
antiguo castillo real fue nuevamente ocupado y gobernado por otra familia real. El príncipe paseaba cada noche luciendo su nueva y maravillosa
forma por el palacio. Se había acostumbrado rápidamente a ella, desde que
después de mirar su reflejo en un lago se dio cuenta del tipo de animal en el
que se había convertido. En uno de sus paseos, el lobo fue descubierto por la
actual princesa del castillo, una hermosa joven la cual sentía realmente una
debilidad por los animales. Al encontrarlo, ella sin ningún miedo se acercó,
ofreciéndole comida.
Pronto los dos se convirtieron en
inseparables compañeros, y por una extraña fuerza que ninguno pudo entender, se
enamoraron perdidamente, ella podía ver la parte de humano que todavía habitaba
en el lobo y llevada por la locura del amor intentó conseguir un método para
poder estar juntos los dos para siempre.
Con el tiempo llegó a la conclusión
de que la única solución sería convertirse en un lobo a ella misma, e investigando
en un libro de conjuros encontró uno que serviría a sus propósitos. Así fue
como, en la noche oscura que se realizó el hechizo, un poder más allá de lo
imaginable, algunos dicen que se trataba del poder que surgió por el verdadero
amor que sentía la princesa, cambió el hechizo para uno de un efecto totalmente
inesperado, a cambio del sacrifico de convertirse en un astro que iluminaria el
camino a próximos enamorados durante las frías noches, durante el día los dos
volvían a sus formas humanas para poder disfrutar de su amor, mientras por las
noches, el lobo aullaba a la luna, implorando que por fin volviera el amanecer.
FIN